El depositario era el que cobraba por los riegos del pueblo. También hubo un Juez de Paz llamado don Trinidad. Antonio recuerda que tuvo un juicio por el que le pedían doce años de prisión, el Juez de Paz intervino, finalmente se quedó en unos pocos días y nunca fue a la cárcel. Los serenos salían por la noche con las llaves para abrir las puertas de las casas.