En casa, hacían la masa del pan semanal, llevándolo al horno del pueblo una vez por semana. Cuando entregaban el trigo, por cada saca, les daban unos vales que se cambiaban por pan durante un año, de la misma manera que lo hacían con la cooperativa de vino. No hubo dinero efectivo hasta que pusieron el primer cajero del pueblo, aunque Pilar reconoce que los vecinos que no tenían dinero «no se acercaban al cajero».